François Houtart
ALAI AMLATINA, 21/06/2011.- La idea de extender el cultivo de los
agrocombustibles en el mundo y particularmente en los países del Sur es
desastrosa. Ella forma parte de una perspectiva global de solución a la
crisis energética. En los próximos 50 años tendremos que cambiar de
ciclo energético, pasando de la energía fósil, que es cada vez más rara,
a otras fuentes de energía. En el corto plazo es más fácil utilizar lo
que es inmediatamente rentable, es decir los agrocombustibles. Esta
solución, al reducirse las posibilidades de inversión y al esperar
ganancias rápidas, parece la más requerida a medida que se desarrolla la
crisis financiera y económica.
Como siempre, en un proyecto capitalista, se ignora, lo que los
economistas llaman, las externalidades, es decir, lo que no entra dentro
del cálculo del mercado, para el caso que nos preocupa, los daños
ecológicos y sociales. Para contribuir a la solución de la crisis
energética con un porcentaje de entre el 25 y el 30% de la demanda, se
tendrá que utilizar centenas de millones de hectáreas de tierras
cultivables para la producción de agroenergía, en su mayor parte en el
Sur, ya que el Norte no dispone de la superficie cultivable suficiente.
Se tendrá, igualmente, según ciertas estimaciones, que expulsar de sus
tierras a por lo menos 60 millones de campesinos. El precio de estas
“externalidades” no pagado por el capital sino por la comunidad y por
los individuos, es espantoso
Los agrocombustibles son producidos bajo la forma de monocultivos, que
destruyen la biodiversidad y contaminan los suelos y el agua.
Personalmente, he caminado kilómetros en las plantaciones del Chocó, en
Colombia, y no he visto ni una ave, ni una mariposa, ni un pez en los
ríos, a causa del uso de grandes cantidades de productos químicos, como
fertilizantes y plaguicidas. Frente a la crisis hídrica que afecta al
planeta, la utilización del agua para producir etanol es irracional. En
efecto, para obtener un litro de etanol, a partir del maíz, se utiliza
entre 1200 y 3400 litros de agua. La caña de azúcar también necesita
enormes cantidades de agua. La contaminación de los suelos y del agua
llega a niveles hasta ahora nunca conocidos, creando el fenómeno de “mar
muerto” en las desembocaduras de los ríos (20 Km² en la desembocadura
del Mississippi, en gran medida causado por la extensión del monocultivo
de maíz destinado al etanol). La extensión de estas culturas acarrea una
destrucción directa o indirecta (por el desplazamiento de otras
actividades agrícolas y ganaderas) de los bosques y selvas que son como
pozos de carbono por su capacidad de absorción.
El impacto de los agrocombustibles sobre la crisis alimentaria ha sido
comprobado. No solamente su producción entra en conflicto con la
producción de alimentos, en un mundo donde, según la FAO, más de mil
millones de personas sufren de hambre, sino que también ha sido un
elemento importante de la especulación sobre la producción alimentaria
de los años 2007 y 2008. Un informe del Banco Mundial afirma que en dos
años, el 85% del incremento de los precios de los alimentos que
precipitó a más de 100 millones de personas por debajo de la línea de
pobreza (lo que significa hambre), fue influenciado por el desarrollo de
la agroenergía. Por esta razón, Jean Ziegler, durante su mandato de
Relator Especial de las Naciones Unidas por el Derecho a la
Alimentación, calificó los agrocombustibles de “crimen contra la
humanidad”, y su sucesor, el belga Olivier De Schutter, ha pedido una
moratoria de 5 años para su producción.
La extensión del monocultivo significa también la expulsión de muchos
campesinos de sus tierras. En la mayoría de los casos, aquello se
realiza por la estafa o la violencia. En países como Colombia e
Indonesia, se recurre a las Fuerzas Armadas y a los paramilitares,
quienes no dudan en masacrar a los defensores de sus tierras. Miles de
comunidades autóctonas, en América Latina, en África y en Asia, son
desposeídas de su territorio ancestral. Decenas de millones de
campesinos ya han sido desplazados, sobre todo en el Sur, en función del
desarrollo de un modo productivista de la producción agrícola y de la
concentración de la propiedad de la tierra. El resultado de todo esto es
una urbanización salvaje y una presión migratoria tanto interna como
internacional.
Es necesario igualmente anotar que el salario de los trabajadores es
bien bajo y las condiciones de trabajo generalmente infrahumanas a causa
de las exigencias de productividad. La salud de los trabajadores es
también afectada gravemente. Durante la sesión del Tribunal Permanente
de los Pueblos sobre las empresas multinacionales europeas en América
Latina, realizada paralelamente a la Cumbre europea-latinoamericana, en
mayo del 2008, en Lima, fueron presentados muchos casos de niños con
malformación, debido a la utilización de productos químicos en el
monocultivo de plátano, soya, caña de azúcar y de palmeras.
Decir que los agrocombustibles son una solución para el clima, está
igualmente a la moda. Es verdad que la combustión de los motores emite
menos anhídrido carbónico en la atmosfera, pero cuando se considera el
ciclo completo de la producción de la transformación y de la
distribución del producto, el balance es más atenuado. En ciertos casos,
se convierte en negativo en relación a la energía fósil.
Si los agrocombustibles no son una solución para el clima, si solo lo
son de una manera marginal, para mitigar la crisis energética, y si
ellos acarrean importantes consecuencias negativas, tanto sociales como
medio ambientales, tenemos el derecho de preguntarnos por qué ellos
tienen tanta preferencia. La razón es que a corto y mediano plazo ellos
aumentan de manera considerable y rápidamente la tasa de ganancia del
capital. Es por esto que las empresas multinacionales del petróleo, del
automóvil, de la química y del agronegocio, se interesan al sector.
Ellos tienen como socios al capital financiero (George Soros, por
ejemplo), los empresarios y los latifundistas locales, herederos de la
oligarquía rural. Entonces, la función real de la agroenergía es en la
práctica ayudar a una parte del capital a salir de la crisis y a
mantener o eventualmente aumentar su capacidad de acumulación.
En efecto, el proceso agroenergético se caracteriza por una
sobreexplotación del trabajo, el desconocimiento de las externalidades,
la transferencia de fondos públicos hacia el sector privado, permitiendo
ganancias rápidas, pero también una hegemonía de las compañías
multinacionales y una nueva forma de dependencia del Sur con respecto al
Norte. Todo aquello es presentado con la imagen de benefactores de la
humanidad ya que producen "energía verde". En lo que concierne a los
gobiernos del Sur, ellos ven ahí una fuente de divisas útiles de
mantener, entre otros, el nivel de consumo de las clases privilegiadas.
Por lo tanto, la solución es reducir el consumo, sobre todo del Norte e
invertir en nuevas tecnologías (solar especialmente). La agroenergía no
es un mal en sí y puede aportar soluciones interesantes a nivel local, a
condición de respetar la biodiversidad, la calidad de los suelos y del
agua, la soberanía alimentaria y la agricultura campesina, es decir, lo
contrario de la lógica del capital. En Ecuador, el Presidente Correa ha
tenido el coraje de detener la explotación del petróleo de la reserva
natural del Yasuni. Esperemos que los gobiernos progresistas de América
Latina, de África y de Asia, tengan la misma firmeza. Resistir en el
Norte como en el Sur, a la presión de los poderes económicos es un
problema político y ético. Por lo tanto, denunciar el escándalo de los
agrocombustibles en el Sur se constituye en un deber
- François Houtart es ex-catedrático de la Universidad Católica de
Lovaina, fundador del Centro Tricontinental y autor del libro: El
Escándalo de los Agrocombustibles para el Sur, Ediciones La Tierra y
Ruth Casa editorial, Quito, 2011.
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